(...) Ese día sin embargo, tuvo la tentación de tomarla por los hombros y sacudirla hasta ponerle los pies en la tierra y abrirle los ojos a la verdad. Pero al contemplarla junto al muro de piedra de su casa, con los brazos cargados de flores silvestres para sus ancianos y el pelo revuelto por el viaje en la moto, intuyó que esa criatura no estaba hecha para las sórdidas realidades. La besó en la mejilla lo más cerca posible de la boca, deseando con pasión permanecer a su lado eternamente para preservarla de las sombras. Olía a yerbas y tenía la piel fría. Supo que amarla era su destino inexorable.
De amor y de sombra
Isabel Allende, 1985.
Isabel Allende, 1985.
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