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Mostrando las entradas de febrero, 2006

San Pedro B - Lado B

Acá donde estoy la gente es distinta, no hay personas solas, no hay angustia, no hay soledad, no hay discriminación, no hay envidia. No sé si será el aire del río que te penetra en los poros, en el alma, la execiba cantidad de bicicletas que hacen a las personas menos sedentarias y más iguales (aquí el dueño del negocio y el empleado llegan los dos en bicicleta). O el olor a verde, a naranjo florecido, a pasto, a pileta Pelopincho en cada patio, jardín, parque de cada casa. Acá todos van al club, todos tienen novio/a, todos comen, todos pasean, eso sí siempre dentro de este pequeño mundo, que alguna vez pensé como mi lugar en el mundo (exactamente en el mirador con vista al río, a la isla, al cielo), aunque ya sé que no. En realidad es un lugar, dentro de otro lugar, sobre otro lugar, que encierra otro lugar... Infinito.

Neruda y París según Skármeta

(...) París es hermoso, pero es un traje que me queda demasiado grande. Además, aquí es invierno, y el viento revuelve la nieve como un molino la harina. La nieve sube y sube, me trepa por la piel. Me hace un triste rey con su túnica blanca. Ya llega a mi boca, ya me tapa los labios, ya no me salen las palabras. Ardiente Paciencia , A. Skármeta, 1985

Encuentros Casuales

Las gotas corrían por mi espalda siguiendo el camino de la columna vertebral. Pensé en salir afuera, ese lugar siempre es muy caluroso, pero al salir esa bocanada de aire frío que tanto esperaba, no llegó. El aire caliente recorría toda mi ciudad, toda por completo. Al llegar a la esquina una persona que en algún momento fue familiar para mi, para mi amiga. Él hizo que su nombre me sonara bello por su formas, por su vuelo, no sé tal vez por su belleza física. Ya lo había saludado dentro, ahora esta ahí un poco cambiado, pero la esencia que se refleja en los ojos era la misma, nos vuelve a saludar tan educado como acostumbran ser los chicos de buena familia. Sorpresivamente para mí, no tanto para mi amiga, nos cuenta como es el calor en su casa, de su soledad en la misma. Habla de sus vacaciones en el sur con la mochila en los hombros y sus amigos. Y la nombra a ella, casi como una extraña, o tal vez con melancolía, no habían pasado tantos meses desde que la tubo por última vez en su

Verdedes de Allende - Parte 1 -

( . ..) Ese día sin embargo, tuvo la tentación de tomarla por los hombros y sacudirla hasta ponerle los pies en la tierra y abrirle los ojos a la verdad. Pero al contemplarla junto al muro de piedra de su casa, con los brazos cargados de flores silvestres para sus ancianos y el pelo revuelto por el viaje en la moto, intuyó que esa criatura no estaba hecha para las sórdidas realidades. La besó en la mejilla lo más cerca posible de la boca, deseando con pasión permanecer a su lado eternamente para preservarla de las sombras. Olía a yerbas y tenía la piel fría. Supo que amarla era su destino inexorable. De amor y de sombra Isabel Allende, 1985.