Nunca milité.
Soy de la generación que le tocó las plazas amargas: la marcha del 24 de marzo, los cacerolazos del 2001, las marchas por el orgullo cuando aún los sectores más radicalizados del catolicismo hostigaban a los manifestantes. Así pasó mi adolescencia y primeros años de juventud.
Nunca fui a la plaza. Soy hija de padres que fueron jóvenes en los ’70 y me enseñaron que era mejor no meterse, por las dudas.
Sin embargo, el tratamiento de la ley de interrupción voluntaria del embarazo, me tocó de cerca y me hizo participar activamente por primera vez. Me hizo emocionar hasta las lágrimas solamente por ver a las pibas ahí, haciendo el aguante: esperanzadas, felices, en paz. Me hizo colgar el pañuelo verde en mi mochila y llevarlo con orgullo a la plaza. Me hizo sentir parte de un colectivo enorme, potente e indestructible.
Me emociona saber que hay un montón de chiques que saben que a partir de ahora si unen, se hacen escuchar, trabajan en un debate amplio, inclusivo y serio, van a conquistar lo que quiere quieran. Eso es poderoso.
Esto no se trata solamente de ser una sociedad más justa e igualitaria porque se acaba la clandestinidad. Esto es más grande: es la libertad para nuestros úteros, saber que nadie más puede decidir sobre nosotrxs.
Es un derecho y una libertad.
No hay nada ganado, la batalla continúa. Espero que esta vez ser parte de una plaza dulce.
Aborto seguro, legal y gratuito. #Quesealey
Educación sexual para decidir. Anticonceptivos para no abortar. Aborto legal para no morir.
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