
El miércoles mientras La Reina Batata, le hablaba a todos los auto convocados de Plaza de Mayo, que la alentaban y escuchaban de forma muy atenta, yo estaba en viaje. Volvía a mi casa, a la misma hora como lo hago todos los días, en ese bondi que me devuelve a la periferia, a la paz armada. La sintonía de la radio del celular, estaba clavada en la estación que habitualmente me acompaña, mayormente pasan temas en inglés o electrónicos. Sorpresivamente en ese momento sonaba el himno nacional; y a mi la sensación corporal de respeto hacia los redoblantes y las trompetas, me invadió, me paralizó y la piel cambio de textura y el discurso comenzó.
Unos minutos antes el colectivo partía desde Correo Central, tomaba Avenida Rosas, esperaba en el semáforo. Yo divisé a los auto convocados, los carteles, las vallas, la federal, vi los autos en el garaje, la Casa Rosada, la pirámide y el país resquebrajándose. El bondi doblada, y el discurso comenzó. Sus primeras dos frases me resonaban en la cabeza, aún tengo la imagen, de la plaza llena, y su voz penetrando en mi tímpano. No sé si es odio, no sé si es dolor, no sé si es nostalgia, no se si es antipatía, no sé si es impotencia, pero algo me produce y no es bueno. Debe ser repulsión, intolerancia, o falta de amplitud, ¿quién lo sabe?.
Cada vez que “nos nombra” a nosotros, al pueblo, a la voluntad popular, a la maza y se refiere como: argentinos y argentinas, amigos y amigas, se me repugna, me indigna. Me cae mal, es así. Me cae mal la postura feminista exacerbada, me cae mal la manipulación de los derechos humanos, su hipocresía, su soberbia, su altanería, sus discursos aprendidos de memoria, su gente patotera, me caen mal, no lo puedo evitar.
Seis meses antes mientras ella asumía en el Congreso, yo viajaba en el mismo bondi, pero en sentido contrario, llegaba a Capital, mis oídos escuchaban la misma voz, la jura “Por Dios, por la Patria y por todos los Santos Evangelios” y mis ojos se llenaban de lágrimas.
Unos minutos antes el colectivo partía desde Correo Central, tomaba Avenida Rosas, esperaba en el semáforo. Yo divisé a los auto convocados, los carteles, las vallas, la federal, vi los autos en el garaje, la Casa Rosada, la pirámide y el país resquebrajándose. El bondi doblada, y el discurso comenzó. Sus primeras dos frases me resonaban en la cabeza, aún tengo la imagen, de la plaza llena, y su voz penetrando en mi tímpano. No sé si es odio, no sé si es dolor, no sé si es nostalgia, no se si es antipatía, no sé si es impotencia, pero algo me produce y no es bueno. Debe ser repulsión, intolerancia, o falta de amplitud, ¿quién lo sabe?.
Cada vez que “nos nombra” a nosotros, al pueblo, a la voluntad popular, a la maza y se refiere como: argentinos y argentinas, amigos y amigas, se me repugna, me indigna. Me cae mal, es así. Me cae mal la postura feminista exacerbada, me cae mal la manipulación de los derechos humanos, su hipocresía, su soberbia, su altanería, sus discursos aprendidos de memoria, su gente patotera, me caen mal, no lo puedo evitar.
Seis meses antes mientras ella asumía en el Congreso, yo viajaba en el mismo bondi, pero en sentido contrario, llegaba a Capital, mis oídos escuchaban la misma voz, la jura “Por Dios, por la Patria y por todos los Santos Evangelios” y mis ojos se llenaban de lágrimas.
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